Unas ideas sobre Kesha

He descubierto que para que una canción se vuelva nostálgica deben pasar alrededor de tres años. Entre más tiempo pase sin escucharla, mayor es el impacto que nos llegará cuando lo hagamos. Pero no me refiero necesariamente a una ola de flashbacks de tiempos pasados, sino a una sensación muy precisa y personal: el sentimiento de volver a ser quienes éramos antes. La atmósfera que habitábamos, y que se quedó atrás sin que nos diéramos cuenta, nos envuelve de nuevo. Quizá esa sea una de las sensaciones que más persigo en la música y hace poco me pasó con “Tik Tok” de Kesha (en ese entonces todavía con la “s” estilizada como signo de dólar, “$”).

El tema se desprende de su disco “Animal” de 2010 y alcanzó el primer lugar del Billboard Hot 100, lista que define la popularidad de las canciones por diversos factores, donde se mantuvo por nueve semanas, entre otros logros que lo vuelven quizá el sencillo más exitoso de ese año. Me reencontré con él este año, en un video del youtuber Anthony Fantano (“el nerd musical más ocupado del internet”), donde analizaba las rolas más populares de 2010, y surgió en mí esa agradable y cálida sensación nostálgica.

“Tik Tok” es una de las canciones más excesivas y superficiales que nos ha dado el pop. Nos querían vender a Kesha como una chica mala, rebelde y fiestera a la que le valía madres todo. Y tengo que confesar que yo también me vi cautivado por esas características, con sus ritmos frenéticos, fáciles, pegajosos y con tintes de dubstep, que estaba de moda en esa época. “Animal” llegó a formar parte de la sagrada colección musical de mi iPod, hasta que lo eliminé por mis pretensiones intelectuales, y quizá porque solo tolero escuchar ese tipo de música una cierta cantidad de veces.

Su disco debut, “Animal” (2010).

Esas mismas pretensiones de mamador me llevaron a alejarme de cualquier producción de Kesha Rose Sebert desde aquellos ayeres. Entonces, tras el reencuentro con esa canción (que casualmente se llama como una de las redes sociales más populares y estupidizantes de nuestra época), me llegó a la memoria lo del chisme. Algo había escuchado en medio de la avalancha el movimiento #MeToo, pero desconocía detalles. Todavía no los entiendo bien, pero sé que Kesha demandó a su productor, Dr. Luke, en 2014, acusándolo de abuso físico, sexual y emocional, así como discriminación y una serie de cosas que el hombre negó, acusándola de difamación y extendiendo el conflicto legal por años.

Hacia otros sonidos

Sus primeros dos discos, “Animal” y “Warrior” (2012), marcan un antes y un después. El mismo año del conflicto legal, la cantante ingresó a rehabilitación por bulimia, desorden que sin duda debe estar relacionado con su despegue al estrellato pop. No debe ser fácil volverse la chica del momento, que todos estén sobre ti, que de pronto te vuelvas un producto y que tus acciones y decisiones sean analizadas con lupa, puesto que ahora implican ganancias monetarias para alguien más. No puedo ni siquiera imaginar lo que debe significar para una mujer entrar en el estrellato de este mundo misógino, que de por sí ya es brutal para la gente que no es famosa.

Era blanca, delgada, guapa, tenía todo para triunfar en la industria que le metió el signo de dólares hasta en su propio nombre, como una cínica broma, como si la marcaran a fuego con un código de barras. Pero resulta que esta joven rebelde tenía ambiciones más grandes que solo enriquecer a las disqueras. ¿Quién lo hubiera imaginado? Yo no, menos porque me alejé de su música. Pero mientras estuvo en rehabilitación empezó a trabajar en su tercer disco, “Rainbow” (2017), que llegó con un cambió sonoro radical, que también se vio reflejado en el hecho de que le quito el $ a su nombre. Aquí tocó temas mucho más personales, explotó su talento vocal (que resultó ser considerable), colaboró con Eagles of Death Metal y experimentó con otros géneros como el country.

Portada de su tercer disco, “Rainbow” (2017).

Todo esto lo supe después, ya que escuché su discografía antes de entrarle a su más reciente producción, “Gag Order”, estrenada este 2023, la cual me llamó la atención tras conocer la opinión de Anthony Fantano. Parecía que estaba hablando de una artista diferente. ¿Kesha hace este tipo de música? Entonces leí lo del chisme y le presté atención a lo que hizo después de aquel nostálgico tema. Después de “Rainbow” llegó “High Road” (2020), donde sucedió algo raro, pues a pesar de seguir experimentando y tratando de sacarle jugo a su talento más allá del pop, también retomó el sonido y la actitud de sus primeros dos discos, al grado de que hay una canción donde “colabora” con Ke$ha, sí, la del signo de dólar, su alter ego desmadroso.

“This is where you fuckers pushed me”

Lo que me quedó claro es que Kesha, a pesar de todo y en medio del pedo legal con Dr. Luke, era alguien con inquietudes artísticas, con ganas de hacer algo de valor en la música, de ser algo más que una cara bonita en la portada de un disco. El nombre de su más reciente producción, “Gag Order”, se refiere a una orden impuesta por una corte que impide a algun individuo hablar de forma pública sobre un tema. Dado que el conflicto legal con su productor no había terminado (al parecer se llegó a un acuerdo hace poco, pero desconozco los detalles) y ella seguía con un contrato con la misma disquera, no podía referirse de forma explícita al asunto. Pero vaya que no se queda callada. “Gag Order” es una maravilla que no solo se aleja casi por completo de los ritmos bailables y poperos, en favor de tonos electrónicos oscuros y depresivos, sino que sus letras son íntimas, personales y dolorosas.

En “Fine Line” canta “This is where you fuckers pushed me / Don’t be surprised if shit gets ugly” y remata el tema con un contundente: “There’s a fine line between what’s entertaining / And what’s just exploiting the pain / But hey, look at all the money we made off me”. El disco habla mucho de cumplir las expectativas de los demás, de la presión de ser juzgado, de los abismos a los que nos somete nuestra mente y, a pesar de todo eso, sobre una tenue esperanza, la idea de que a pesar las circunstancias se puede salir de la oscuridad. Es su actitud de rebeldía, pero enfocada en otro ángulo, el de una mujer que ha estado en rehabilitación, que ha enfrentado cosas horribles, pero ha tenido la fuerza para no detenerse, para no dejar de hacer música, incluso si la tiene que hacer con su dolor (que es la mejor forma de hacerla, si me preguntan).

Portada del disco “Gag Order”.

Kesha tiene casi mi edad, nació en marzo de 1987. Tenía solo 22 años cuando se estrenó “Animal”. Al pensar en ella, es inevitable recordar el mediático caso de Britney Spears, cuyo padre abusaba de su tutela, exprimiéndole tanto dinero como pudo a costa de su salud mental. Basta con ver algunas de sus recientes publicaciones en redes sociales para darnos cuenta de cuán afectada quedó Spears por todo. No entro en más detalles. Ese es otro tema, pero también son las consecuencias de querer sacar dinero de jovencitas como si fueran muñecas en un aparador.

Muchos prejuicios

La actuación y la música deben ser algunas de las industrias más crueles para los niños, o personas que todavía no tienen la madurez ni los elementos emocionales para lidiar con semejante monstruo. ¿Cuántos no han estado en rehabilitación, en el mejor de los casos? ¿Cuánta gente no ha perdido la vida por suicidio o por las drogas? ¿Cuántos abusos sexuales y de todo tipo no sufren los y las jóvenes que intentan hacer carrera en ese ambiente tóxico, quizá a veces en contra de su voluntad? Y estoy hablando solo de lo que nosotros como público conocemos, quién sabe qué atrocidades existen detrás del telón y de las que nunca nos enteramos, puesto que hay gente demasiado poderosa involucrada.

Es horrible todo eso, pero me da gusto que Kesha haya lanzado un disco tan chingón como “Gag Order”. Uno no lo esperaría, uno tiene sus prejuicios, perpetuados por la misma industria, que nos dice que las niñas rubias que hacen canciones como “Tik Tok” no deben tener talento y solo deben ser chicas hipersexuales cuyo único objetivo es la diversión pasajera. No tiene nada de malo la diversión pasajera, pero el caso de Kesha me parece muy interesante, como muestra de que el pop puede ser un género mucho más complejo de lo que muchos pensamos. Yo también la hice a un lado por creerme demasiado interesante para escucharla.

Yo también, como casi todos, soy víctima y victimario de este mundo que humilla y se dedica a explotar a las personas, donde lo único que interesa en un signo de dólar que domina nuestra vida y del que cuesta trabajo alejarnos. Porque el dinero, aunque no sea de buen gusto admitirlo, no solo trae la felicidad, sino que es necesario para tener una vida digna e incluso satisfacer las más primordiales necesidades de nuestro bienestar. Si no lo tienes, disminuye hasta tu expectativa de vida. Y a pesar de todo eso, podemos crear música, hecha o no por una industria cruel y despiadada, pero música al fin y al cabo, que nos puede hablar de forma íntima y consolar y hasta enseñar cosas. No hace falta conocer el chisme de la vida de Kesha. La música lo dice todo, o al menos lo más importante.

Deja un comentario

search previous next tag category expand menu location phone mail time cart zoom edit close