La bahía de los amigos que siempre dudan

Me lo estoy pasando terrible. Se me acabaron las ganas de escribir, de tomar, de salir, de ver gente. Me negaron la beca y mi novia me dejó por otro. Dios se empeña en patearme los huevos con toda su furia. Pero está bien, no pasa nada, me digo, hay cosas más importantes por las que preocuparse. La inclusión de la comunidad LGBT, los negros y las mujeres en todas las series y películas. El cambio climático. El racismo que dicen que no existe en México. Los whitexicans. No sé, cosas así, ya saben, de eso de lo que no nos cansamos de opinar hasta saturar todas las redes sociales.

En mis tiempos todo era más sencillo. No pensé que algún día sería un anciano que pronunciaría esas palabras, pero la vida nunca deja de sorprendernos. Decía un amigo que las vidas de los hombres debían afectarse de manera muy severa por el hecho de que la primera vagina que verían en sus vidas sería a través de una pantalla. Nosotros, decía, la vimos en vivo, hasta que pudimos olerla y tocarla también. Eso no es verdad, yo solía hojear revistas pornográficas y creo que ya circulaban por ahí algunas películas más explícitas que las que pasaban en el Golden.

Pero mi amigo tiene algo de razón. Los morros de hoy en día tienen una cantidad descomunal de información a su disposición. No me puedo ni imaginar lo que hubiera hecho yo con todo eso en los noventas, cuando mis límites eran los que Canal Cinco quisiera imponerme con sus comerciales y las repeticiones sorpresa de Dragon Ball Z, cuando no les quedaban nuevos capítulos por mostrar. Tiempos sencillos, sí señor. No como ahora, que tengo que luchar para ver qué programa de gobierno se digna a darme una beca como quien le avienta los desperdicios de la comida a un perro callejero.

Hoy en día conseguir novia no es más que juegos de poder. Como todas las relaciones. Se buscan por conveniencia, por intereses, aunque juremos que somos muy espirituales y que lo que importa es lo de adentro. Si no juegas bien tus cartas, puedes terminar como yo, apático, aburrido, irritado con todo mundo y nomás viendo a ver con quién o con qué te puedes desahogar en Twitter. Claro, nada que un par de minutos en Pornhub no puedan remediar. Pero es que hasta eso me cansa. Aparte de que ahora que me quiero deconstruir, veo lo dañino que es todo eso. Pero, ah, qué pinche difícil es dejar los tóxicos hábitos adictivos repetidos una y otra y otra vez a lo largo de nuestra vida.

Pero mi ex jugó bien sus cartas. Siempre fue una mujer inteligente, tanto como para ver que yo no le convenía a la larga, aunque no creo que se necesite mucha perspicacia para eso. Pero, ¿acaso no merezco ser feliz también? ¿No debería de llegarme alguien que esté dispuesta a darlo todo por mí? Supongo que tal vez hay personas que no tienen remedio; no valen la pena y punto. Obvio si se trata de uno mismo, no nos vamos a dar cuenta, creemos que somos la gran caca, el centro del universo. Porque, viendo desde adentro de nuestro cráneo a través de nuestros ojos, por supuesto que lo somos. Eso de ponerse en los zapatos del otro no es más que un mito.

La conocí en la carrera de Letras. Era una lectora voraz. Sabía de todos los autores, clásicos y contemporáneos, casi ninguno se le escapaba, y si acaso sucedía, no tardaba en ponerse al día para que nadie pudiera preguntarle sobre un libro sin que fuera capaz de emitir algún comentario. Me enamoró esa falsa sabiduría, no voy a mentir. Al principio quise seguirle el ritmo, pero nunca pude. Yo más bien soy un lector lento y me aburro fácil, así que me dediqué a seguir sus recomendaciones cuando me parecían interesantes. Ella no sé qué vio en mí, pero estoy casi seguro que tenía relación con el hecho de que estaba por publicar un libro.

Cuando nos graduamos, ella comenzó a trabajar en un periódico local y se volvió la reportera estrella de la sección cultural. Su actividad favorita era entrevistar escritores cuando había presentaciones de libros. El momento más orgásmico de su carrera era la feria del libro. Se la pasaba en el lugar desde que abrían hasta que las editoriales cerraban todos sus puestos y no había más actividades que cubrir. Conoció a muchos escritores famosos, como Benito Taibo, Elena Poniatowska, Enrique Serna, Luis Zapata, Cristina Rivera Garza, etcétera.

Cuando me publicaron, en la presentación de mi libro hubo unas cinco personas, incluyéndola a ella. Al terminar la invité a tomar algo y a partir de ahí comenzamos a salir. Me entrevistó para su periódico y yo estaba feliz por el instante de fama que me dio, pero más por la atención que me prestaba. La pasábamos bien y hasta me inspiró unos cuantos poemas que se convirtieron en mi segunda publicación. Estaba en mi mejor momento, disfrutaba de una creatividad desbordante, de mucho sexo y de alcohol casi todos los fines de semana. Pensé que faltaba poco para alcanzar el estrellato que tanto anhelaba.

Pero se me comenzó a acabar el dinero de los libros y empecé a buscar becas como desesperado. Varios amigos se habían metido a algunas convocatorias y ninguno había ganado. Estaban muy desanimados y se dedicaban a criticar las propuestas ganadoras. Pero sabíamos que si no lo intentábamos nosotros, le iban a seguir dando las becas a cualquier pendejo. Sin embargo, en esas circunstancias es muy normal sentirnos inseguros. ¿Qué más se podía esperar de nosotros? No habíamos hecho nada que valiera la pena y no teníamos idea de cómo comenzar siquiera. Nos parecía imposible llegar al nivel de los artistas con trayectoria, siempre tan seguros de sí mismos.

La apatía era mucha y pesaba, pero me sentí presionado, pues comenzaba a ver cómo mi novia perdía interés en mí y en la figura idealizada que se había creado de mi persona. A ella le gustaba lo que hacía y de alguna manera tenía fe en mi trabajo. Hasta creo que muy en el fondo quería ser como mi manager, presentándome a conocidos del ámbito cultural y a periodistas a los que me instaba a regalarles alguno de mis libros. Yo estaba consciente de que necesitaba ese tipo de conexiones para crecer, pero tampoco le echaba muchas ganas. Ella siempre tuvo mentalidad de tiburón, la mirada en el horizonte, bien fija en un futuro promisorio.

Pero mi actitud no ayudaba y se fue alejando. Ya no me inspiraba para escribir nada, pues tenía la mente puesta en algún proyecto inexistente para tratar de ganar una beca y tener un ingreso fijo. Pero tampoco se me ocurría nada, me la pasaba viendo películas y series por streaming. A ella se le acabaron las fuerzas y las palabras para tratar de motivarme y verme alcanzar la cima del éxito que, de alguna manera, ella también deseaba. Cuando llegó una nueva feria del libro, la perdí para siempre. Conoció a un escritor joven que presentaba una novela publicada por una editorial internacional de bastante renombre. Lo entrevistó y el tipo aquel le coqueteó con descaro. Eso supongo, porque ya conozco las artimañas de todos los tipos como él.

Ella debió corresponderle. De pronto tenía largas llamadas por teléfono y no me decía con quién, o se la pasaba pegada al WhatsApp sin prestar atención a mis conversaciones que de cualquier forma no iban a ningún lado. La vida sexual se acabó y la noté más enamorada de su celular que de mí. Comencé a sospechar que algo ocurría, pero nunca me atreví a decir nada. Varios meses después me cortó, dijo que lo nuestro ya no funcionaba y demás. Yo no le creí y confirmé mis sospechas cuando me llegaron unas fotos en redes sociales de ella muy abrazada de aquel escritor joven que conoció en la feria del libro. Ni hablar, siempre fue muy lista, supo jugar bien sus cartas.

Cuando se acercaba la fecha en que debíamos enviar nuestros proyectos a la beca, sentimos la presión sobre nosotros. Lo bueno es que todo ese asunto me ayudó a sobrellevar mi ruptura. Entonces, uno de mis compañeros tuvo una idea maestra: meter un proyecto como colectivo. En lugar de cada quien pensar en algo individual, crearíamos una propuesta multidisciplinaria que involucrara todos nuestros talentos: yo escribía, otro hacía foto y video y un tercero pintaba. Seguro algo se nos ocurriría. Parecía más fácil así, pero ahí estaba la misma gran cuestión que no habíamos logrado resolver hasta entonces: ¿qué hacer?

Hicimos lluvia de ideas por varios días, sin conseguir nada que consideráramos de valor. Decidimos hacer un ejercicio a ver qué se nos ocurría. El pintor crearía unos cuadros y yo me inspiraría en ellos para escribir, mientras todo el proceso era documentado por el otro con su cámara. Salió un corto documental medio pinche, unos cuadros culeros y unos poemas peores. Pero algo de claridad nos dio, porque nos poseyó el demonio de la fortuna y la creatividad y comenzamos a redactar un proyecto donde nuestras tres formas de arte se conjugaban y complementaban, a nuestro parecer, de una manera tan genial que no nos podían negar la lana.

Casi por ese instante de sublime inspiración valió la pena tanta mamada. Nada se compara a ese momento en el que te sientes en plena confianza, que lo vas a lograr todo, que en realidad sí eres un artista destinado a alcanzar la grandeza. Estábamos en la fecha límite, pero logramos enviar toda nuestra documentación. Allá se fueron todos nuestros sueños y esperanzas. El fotógrafo-cineasta quiso hacer un ritual para mejorar nuestra suerte. Prendió velas, inciensos, puso música de la india y realizó unos cánticos mientras estábamos sentados en el suelo de su cuarto. Nos pidió cerrar los ojos y mientras escuchábamos su voz elevar plegarias a la energía divina, comenzamos a oler a quemado.

Para cuando abrimos los ojos, las llamas ya comenzaban a devorar su colchón. Salimos disparados y para cuando regresamos con cubetas de agua, el fuego ya alcanzaba las cortinas y la puerta. Su casa estaba envuelta por completo en el infierno cuando llegaron los bomberos. Mi amigo se lamentó mucho por su cámara, sus lentes y su computadora, donde tenía sus fotos y otros proyectos. Todo se fue a la mierda. Verlo llorar frente a su hogar chamuscado me llenó de desazón. El pintor no dejaba de decirle palabras de consuelo que el otro seguro no escuchaba en medio de sus sonoros sollozos. Así, como si nada, se pierde tanto trabajo, tantas ilusiones. Una vela mal acomodada y todo se acaba.

Casi creo que ni le importó cuando nos negaron la beca. Ya nada le importaba. Creo que jamás volverá a ser el mismo. Se regresó a vivir con sus papás y aunque llegó a decir que ahorraría para comprarse otra cámara, no le veo muchos ánimos. Ya no habla de proyectos y nosotros tampoco queremos decir nada sobre nuestros planes en su presencia. De cualquiera manera, yo no tengo mucho que contar. Se me esfumaron todas las ganas de escribir. Cuando te patean tan duro las pelotas, en verdad cuesta trabajo levantarse del suelo. ¿Qué aprendimos de todo esto? Que hay que tener cuidado cuando prendes velas.

Pero, ¿y lo otro? ¿Qué hay de nuestro trabajo, de nuestras ganas de ser artistas consagrados? Mis amigos tratan de mantenerse a flote. El pintor no deja de hacer cuadros, creo que es el más productivo de todos mis conocidos. Me parece que ya está buscando alguna otra beca que pueda salvarlo de la ruina. Me hace falta su fortaleza. Supongo que hay que perseverar. Pero qué distante es la recompensa a veces. ¿De dónde saca uno las ganas para seguir adelante cuando parece haber una gran pared ante nosotros? Tal vez en la página 35 de Pornhub se esconde la respuesta.

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